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THIS IS...

THIS IS... A principios de los años ’60, los británicos David St. Hubbins y Nigel Tufnel, iniciaron su fulgurante y exitosa andadura musical en la escena londinense dentro de los grupos The Creatures (Las Criaturas) y Lovely Lads (Adorables Mozos) respectivamente. Cuando finalmente sus caminos se cruzaron en 1964, formaron una banda llamada The Originals (Los Originales) con la que graban sus primeros y prometedores temas. Sin embargo, la mala fortuna les lleva a descubrir que ya existe una formación en el seno de aquel tumultuoso “swinging London” ostentando su mismo nombre. Decididos a ser más originales que "los originales", en un alarde de creatividad pasaron a llamarse The New Originals (Los Nuevos Originales), mientras que los Originals primigenios, hartos de equívocos y confusiones, se pasaron definitivamente a la Historia como The Regulars (Los Regulares). Tras desechar la inapropiada idea (por poco original) de recuperar su antiguo nombre, decidien rebautizarse como The Thames Men (Los chicos del Támesis) para, ya en 1967 y tras la incorporación del bajista Derek Smalls, decidirse definitivamente por el ya legendario Spinal Tap.

Genio y Figura
Continuamente perseguidos por el sino de la mala suerte, la banda consiguió reponerse con ejemplar estoicismo de las misteriosas y sucesivas muertes de sus primeros tres baterías (un extraño accidente de jardinería, un ahogamiento en el vómito de otra persona y una combustión espontánea). Una constancia que se verá compensada al cosechar una cierta repercusión dentro de las listas de éxitos del mundo del rock duro de la época del años setenta.

A pesar de haber gozado de un gran éxito de público durante la década siguiente, álbumes tan seminales (en el buen sentido de la palabra) como "Brainhammer" (1970) o "Intravenus De Milo" (1974) -en cuya portada puede verse a la Venus enganchada a un gotero por vía intravenosa a través de su muñón- nunca contarón con el beneplácito de la crítica.

«Esta portada de mal gusto es clara señal de la falta de creatividad musical que hay dentro. La tasa de crecimiento musical del grupo no puede ni trazarse. Están naufragando en un mar de sexualidad infantil y poesía barata.»
(Reseña crítica de “Intravenus In Milo"; Melody Maker, Diciembre de 1974)

«Esta recopilación pretenciosa y pesada de salmos de rock religioso basta para preguntarse en qué día creó el Señor a Spinal Tap y si no podría haber descansado ese día también.»
("Rock'N'Roll Creation"; Rock de Lux, Julio de 1986)

«Sandwich de mierda.»
("Shark Sandwich"; Kerrang, Marzo de 1988)

Sin embargo, hoy en día resulta indudable su condición de verdaderos referentes básicos y claros precedentes de la llamada New Wave Of British Heavy Metal, que supuso el resurgir del rock duro en el Reino Unido entre finales de los setenta y principios de los ochenta, con grupos como Iron Maiden, Judas Priest, o Motorhead como principales abanderados de un sonido que debe mucho a los grandes logros de los Spinal Tap.

Sus indumentarias presididas por el cuero, los mastodónticos escenarios, el onanismo guitarrero sin límites... En fin, que tenían todo lo necesario para convertirse en los abanderados del Nuevo Orden del Heavy-Rock a nivel mundial e interplanetario y, sin embargo (injusticias del destino) su nombre nunca ha figurado en el lugar que merece, inscrito en letras de oro al lado de los clásicos Led Zeppelin, Black Sabbath o Deep Purple.

Mentirosos compulsivos: nace el “mockumentary”.
Como tal vez ya sepa (o si no, se lo imagine) la mayor parte de vosotros, Spinal Tap nunca existió realmente.

O al menos no fue así hasta que Rob Reiner, Chistopher Guest, Michael McKean y a Harry Shearer se los sacaron de la manga en 1984, veinte años después de su supuesto origen, como pretexto para rodar "This is Spinal Tap", el debut como director de Reiner. El resultado es una descerebrada comedia con estructura de falso documental, que recorre los últimos coletazos de la banda tras diecisiete años de carrera y quince discos en su haber.

La película comienza con Marty Di Bergi (el propio Reiner), un tipo regordete con barba y gorra que hace documentales (en profética semejanza con mi denostado Michael Moore) presentándose a la cámara y anunciándonos las motivaciones que le han llevado a rodar su “rockumental” particular:

«En 1966, fui a Greenwich Village, en Nueva York, a un club nocturno de rock llamado El Plátano Eléctrico. No se molesten en buscarlo. Ya no existe. Pero esa noche escuché a un grupo que, para mí, cambió la definición del "rock 'n' roll. Recuerdo el impacto que me causó su exuberancia, su energía pura... y su puntualidad. Se trataba del ahora legendario grupo británico Spinal Tap.»

Get Back! - Mirando Hacia Atrás Con Ira.
Estamos a comienzos de 1982, en las vísperas de la presentación del último y polémico trabajo de los Tap. Polymer Records no está dispuesta a aceptar una portada tan sexista como la que propone el grupo y las cancelaciones de conciertos se suceden; se prolonga el retraso de la aparición del LP “Smell The Glove” y, por si fuera poco, aparece de repente en escena Jeanine, la novia de David, contribuyendo con su mera presencia a sembrar la discordia entre los líderes del grupo. Nada nuevo bajo el sol, claro... Estas cosas pasan hasta en las mejores familias... o si no, que se lo pregunten a los Black Crowes, la banda liderada por los hermanos Robinson, que se separaron principalmente por culpa de Kate Hudson, la esposa de Chris. Es cierto, una vez más la realidad supera la ficción. Claro que yo también le haría más caso a Kate Hudson que a un hermano... cuestión de preferencias (y de mi condición de “hijo único”, claro).

Este tipo de CRISIS (así, escrito bien gordo, en negrita y mayúsculas, ¡qué gran palabra!) suele llegar siempre en un momento de especial importancia y/o relevancia en la carrera de cualquier grupo. Los únicos que se salvan de ello son los inteligentes que deciden dejarlo a tiempo y forrarse con la “gira de despedida” de rigor, para volver años más tarde a cobrar los royalties de los recopilatorios. Excepto en estos casos (y en el de los desgraciados a los que se les interpone la muerte) todo grupo acaba, indefectiblemente, por tener sus horas bajas y extinguirse lentamente en un clima de oprobios, envidias, ostracismos y vergüenza ajena.

Y ese es precisamente el punto de partida elegido por Marty Di Bergi / Rob Reiner para iniciar su película.

It's Only Rock and Roll But I Like It
Llegados a este punto, las ventajas del formato del “falso documental” son más que obvias. Di Bergi-Reiner se las apaña para meterse en medio de las conversaciones más importantes entre los miembros del grupo, el manager y la discográfica, sin mediar ningún tipo de impedimento o medida restrictiva al respecto (algo totalmente impensable si se tratase de un documental real sobre un grupo real), desgranando así todos los entresijos de la banda, pero sin abusar de los consabidos tópicos de la Tríada Sagrada de Rock And Roll: “sexo, drogas y alcohol”.

En este aspecto concreto, podríamos tachar a la película ciertamente de mojigata. Y de hecho, lo es hasta un punto exagerado, pues no es ya que no se cebe en estos tres temas indispensables siempre que se habla de música (para bien y para mal, siempre han estado estrechamente relacionados de una forma más que natural), sino que elude por completo cualquier anécdota escabrosa. Al contrario de lo que ocurre en el caso de otras visiones más realista y coherente de este fenómeno dentro del panorama rockero (piensen, a bote pronto, en las magistrales e indispensables "Velvet Goldmine" de Todd Haynes, "24 Hour Party People" de Michael Winterbottom, "The Doors" de Oliver Stone o "Sid y Nancy" de Alex Cox), en la cinta de Reiner no asoma ni pezón, ni jeringuilla, ni raya ni botella en todo su metraje.

Rodando en el "Back-stage".
A pesar de ello las escenas incluidas en relación con la vida interna del grupo dotan a la película de una estructura más cinematográfica, en el sentido de que no parece tanto un reportaje documental al uso. Es decir, que aporta algo más que las clásicas entrevistas a los miembros de la banda y su entorno, aburridas (por largas y excesivas) actuaciones en directo, y en general, el tipo de cosas que suelen verse en un documental sobre cualquier banda de rock que se precie de serlo.

Toda "rock star" se caracteriza por sus megalomanías, filias compulsivas y demás delirios de grandeza. En este aspecto resulta especialmente recomendable e ilustrativa la divertida lectura de “¿Hay vida inteligente en el Rock & Roll?” de Julián Hernández (Temas de hoy / Colección Pandemonium).

Si Eddie Van Halen amenazaba con suspender sus conciertos si encontraba un solo “lacasito” marrón en el tarro de cinco kilos que engullía antes de cada show, los Spinal Tap tampoco se quedan atrás. Fijaos sino en la memorable perorata que se larga Nigel Tufnel, quejándose en el camerino porque el pan no es lo suficientemente grande como para que quepa una loncha de pavo sin tener que doblarlo. O cuando nos muestra con (absurda) satisfacción y orgullo que los potenciómetros del amplificador de su guitarra llega hasta el 11, en lugar de hasta 10 como cualquier amplificador normal... O mi preferida, y sin dudas la mejor de todas: la guitarra que se compró para no tocarla nunca (¡no le ha quitado ni el precio!). Insuperable.

Parental Advisory: Explicit Lyrics.
Como se desprende de letras como “mi nena me va como un esmoquin de carne / Me gusta hundirla con mi torpedo rosa”, estos tipos no se andaban con rodeos a la hora de poetizar sobre temas universales de gran calado emocional y humano. Aún me atrevería a decir más: desde un tono abiertamente paródico, consiguen retratar perfectamente la idiosincrasia de un género tan tuno y abiertamente machista como era el del “jevi ochentero” . Véanse el documental -esta vez, estremecedoramente real- de Penelope Spheeries “The Metal Years” / “ The Decline of Western Civilization Part II: The Metal Years” y juzguen por si mismos donde termina el vehículo cómico y empieza la esperpéntica realidad.

Todo el mérito de que la operación llegue finalmente a buen puerto, se la debemos a los cuatro creadores de los temas musicales, que no son otros que los guionistas del film y que, exceptuando a Reiner, encarnan además a los miembros del grupo: Michael McKean, Chistopher Guest (St. Hubbins y Tufnel respectivamente) y Harry Shearer (el bajista). Evidentemente, el grupo son sólo ellos tres, pues habida cuenta del problema que tienen con los baterías, a ninguno de ellos le da tiempo a consolidarse como un miembro definitivo de la formación, y sus teclistas permanecen en el anonimato, siendo intercambiados con facilidad.

Con motivo del estreno de la película, la banda sonora del filme se convirtió rápidamente en un gran éxito de ventas. El álbum contenía temas de Spinal Tap tanto de los '80 como de los '60, bastante dispares, y si no, atiéndase por ejemplo al inenarrable tema “(Listen To The) Flower People” atribuido a su época sesentera.

Gracias por la música.
Son incontables los fans de Spinal Tap a lo largo y ancho del globo. Sin duda, se trata de la banda ficticia con más seguidores de la historia, lo que les llevó a sacar un nuevo álbum real en 1992, "Break Like The Wind" (el primero, si descontamos la banda sonora de la película) en el que alimentaban un poco más el mito que crearan unos años antes, a la vez que calmaban el ansia de sus incondicionales seguidores y se llenaban un poco los bolsillos... Constatando, de paso, nuestra anterior teoría sobre la inteligencia y el r’n’r.

Por otra parte, a los más acérrimos seguidores de Los Simpson no les habrá pasado por alto el detalle de que el propio Harry Shearer es uno de los dobladores habituales de la serie. Incluso tal vez recuerden el antológico capítulo en el que Bart y Millhouse van al concierto que los Spinal Tap ofrecen en Springfield y que acaba como el rosario de la Aurora. Un final accidentado, por otra parte, muy en consonancia con la calidad de los shows que pueden apreciarse en la película.

Porque por encima de todo, lo que retrata Reiner, la historia que se han inventado entre los cuatro, no es otra cosa que la caída de un mito. Aquí se toma a risa, es cierto, pero, ¿cuántas veces no hemos presenciado cosas parecidas con auténticos monstruos del rock de antaño como protagonistas?. Y por una vez, prefiero no dar nombres... ¡las lisat sería infinita!

Aquí, vistos en la película, no dan tanta pena. Todo lo contrario: resulta de lo más divertido y entrañable ver a unos individuos que hasta hace no mucho llenaban estadios enteros con solo nombrar su nombre, ofreciendo "shows" decadentes, cayendo en el más soberano de los ridículos (¡¡¡impagable la secuencia de los enanos y el monolito en miniatura!!!) o tocando en bailes para militares ociosos y planteándose su futuro como vendedores de zapatos.

O eso, o irse de gira por Japón, último reducto de las viejas glorias... y con batería nuevo, si hace falta.

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