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"MURDER-SET-PIECES", Nick Palumbo (2004)

"MURDER-SET-PIECES", Nick Palumbo (2004) El maratón inaugural del Festival de Sitges ’04 arrancó a lo grande con toda una primicia mundial, mediante la premiere de esta controvertida y violenta cinta de Nick Palumbo. Psicópatas nazis, strippers desmembradas y aspirantes a heroínas adolescentes en una de las propuestas más brutas y espectaculares acogidas hasta la fecha en el marco de las sesiones golfas de El Retiro. ¿”Cult movie” instantánea o “slasher” canallesco? Juzgad por vosotros mismos...

Con “Murder-Set-Pieces” (2004), el director y guionista reincide en la temática de su anterior trabajo, “Nutbag” (2000), ofreciéndonos una especie de “remake” embrutecido de su más bien discreta aportación el género psicopático. En esta ocasión, la historia gira alrededor de un fotógrafo de moda (especializado en retratar bustos siliconados y desnudos lésbicos) que siembra el terror en Las Vegas a lo largo del metraje, sirviéndonos un vicioso catálogo de perversiones sanguinolentas, truculentos golpes de efecto y salvajismo á la “body count” bastante mostrenco. El anónimo y brutal “peeping tom” de Palumbo se dedica a desguazar, trinchar y despanzurrar a cuanta prostituta y stripper se cruza a su paso, no sin antes darles un buen repaso de bajos y recrearse en su agonía con la ayuda de su fiel cámara Canon.

A tenor de lo expuesto en relación a la línea argumental del film, ya os podéis imaginar con lo que nos encontramos. Semejante muestrario de violencia gráfica, muertes explícitas, misoginia galopante, sexo chungo y humor enfermo no merecería mayor atención por mi parte de no ser por contar con un par de aspectos que la hicieron merecedora de la simpatía y el aplauso del público asistente.

La polémica del charcutero: mal rollo y violencia de género.
Durante la presentación previa a su proyección, el mismo Ángel Sala destacó el componente explícito de la cinta, advirtiendo a la platea de lo que se nos venía encima. De hecho, como pudimos constatar con nuestros propios ojos (y confirmar más tarde gracias a la mediación de un simpático chico de la prensa) la película contaba ya con una larga lista de detractores, enfrentándose a numerosos problemas legales con la censura que han impedido, hasta el momento, su estreno en las pantallas estadounidenses. Cuando tras un año y medio de tiras y aflojas con la MPAA, Palumbo y su equipo daban claqueta final al rodaje, todos los implicados se habían hecho ya a la idea de que se trataría de un filme polémico e incómodo para el público mayoritario. Pero nadie contaba con toparse ante semejante número de barreras e impedimentos...

Para empezar, la película fue vetada por Technicolor, Duart y DeLuxe en una medida de presión hasta entonces inédita en toda la historia de la industria. Ante la negativa de ofrecer sus servicios de post-producción, la productora se vio obligada a llevar la cinta al extranjero, donde finalmente pudo llevarse a cabo el proceso sin presiones ni censuras.

Palumbo, cuya ópera prima (la ya citada “Nutbag”) goza de un cierto reconocimiento como film de culto en Internet, se sintió absolutamente desbordado por los acontecimientos. A fin de cuentas, su concepción de la película no sobrepasaba la naturaleza de sentido homenaje “amplificado” (ya desde el propio título) de las tropelías de grandes maestros de la charcutería del horror barato norteamericano, como sus admirados Tobe Hooper y Stuart Gordon. De hecho, su declarada cinefilia le empujó a ofrecer agradecidos "cameos" en papeles episódicos a viejas glorias del trinchante (Tony Todd, inquietante corporización de "Candyman"), el desguace y la picadora (Ed Neal y Gunnar Hansen, emblemáticas figuras de "La Matanza de Texas"), además de contar con Cerina Vincent (estimulante presencia de uno de los "sleepers" del año pasado, "Cabin Fever") engordando la generosa lista de víctimas propiciatorias.

Debido a la grotesca y explícita puesta en escena de las voyeuristas tablas de gimnástica carnicería del protagonista, la película se beneficiará notablemente de esa agradecida publicidad indirecta que le reporta su condición de “film escándalo". A pesar de merecer por sus excesos la restrictiva calificación NC-17 (equivalente a la “X” con la que tradicionalmente se estigmatizaba a aquellos productos que enarbolaban la violencia y el sexo hasta alcanzar umbrales pornográficos), es de esperar que, precisamente por ello, “Murder-Set-Pieces” goce de una longeva y triunfal carrera comercial en el mercado subterráneo de las sesiones de medianoche y el DVD a raíz de su inminente estreno en Nochebuena en Nueva York y Los Ángeles.

Del asesinato en serie como arte cinemtográfico: últimas tendencias.
Lo verdaderamente sorprendente de una producción de estas características se encuentra en su estupendo acabado estético final, a todas luces superior a la media. Moviéndose con envidiable soltura dentro de los parámetros propios del terror “indie” contemporáneo más trotón (el éxito de otros títulos de línea gruesa como "Haute Tension" y "Saw" puede interpretarse como algo sintomático al respecto), Palumbo despliega una serie de encomiables recursos narrativos que, si bien se basan casi exclusivamente en los resortes más abiertamente “gore” y epatantes de la historia, no resultan por ello menos dignos de mención.

El estilizado glamour del “splatter” y el lado oscuro del “skyline” de la Ciudad del Pecado, contribuyen a crear una atmósfera malsana acorde con el relato. Los detalles macabros y la violencia extrema son filmados con un refinamiento cruel, llevándolo hasta los límites mismos de la paciencia y de la sensibilidad del espectador que solamente se resiente de una forzada amoralidad con la que se pretende justificar la galería de horrores que se sucede en la pantalla. El ejemplo perfecto de ello se encuentra en el esbozo de los traumáticos orígenes de la torturada psique del matarife en cuestión, mediante el empleo sistemático y desdramatizado de parcos (y prescindibles) “flash-backs” de su infancia. El contenido políticamente incorrecto de sus motivaciones homicidas hacia las mujeres parte del tópico de establecer la sempiterna dualidad psicopática de “putas y muñecas” en relación con el sexo femenino. Algo tan simplista, ramplón y despreciable como efectivo y asumible ante semejante tesitura.

El serial killer de la función (bautizado con el nombre genérico de “El Fotógrafo”) resulta terriblemente interesante. Aunque su caracterización caiga en tópicos y excesos “grand-guiñolescos”, justificaciones gratuitas, atavismos primarios y demás lugares comunes de este sub-género, resulta estimulante seguir la evolución de sus andanzas criminales, siempre al límite de la coherencia y la verosimilitud. El bruto de afinidades nazis y aspecto macarra interpretado por Sven Garrett, resulta repugnantemente atractivo a ojos del espectador, siendo no solo el eje central de la historia sino el vehículo sobre el que Palumbo sustenta el punto de vista de la narración. Asistiremos a sus prácticas caníbales, seremos cómplices de sus sádicos crímenes y testigos de repetidas violaciones y profanaciones vejatorias varias. Y al mismo tiempo seremos partícipes de su excitación ante la sangre y la muerte, descargando su ira a golpe de navaja de afeitar y banco de gym (turbadora imagen la del ario demente levantando pesas con el rostro transformado en una obscena máscara de carne ensangrentada).

El personaje
El abuso se revela como marca de estilo anabolizante y verdadero leit-motiv de la película. Su simbología, plagada de referencias al terrorismo (mediante una inevitable pero divertida irrupción visual del 11-S), el nazismo y demás representaciones del Mal encarnado en Hombre, parece alumbrar una especie de discurso que no llega a materializarse más allá de la anécdota y el chascarrillo. “El Fotógrafo” -lo mismo que Dahmer, Gein, Bundy, Hitler, la Condesa Bathory o Vlad, el Empalador- nos es mostrado como un producto de nuestra sociedad de cuyos actos, en cierto modo, todos somos responsables. Al margen de este tipo de absurdas coartadas pseudo-culturales, lo cierto es que Palumbo ha sabido desmarcarse del tradicional y pulcro ámbito de los thrillers psicopáticos al uso, volviendo la vista hacia la “explotation” más visceral y agresiva. Es decir, la que juega con las cartas marcadas de las violencia gratuita sin complejos, mostrando mayor afinidad con "Maniac" (William Lustig, 1980) que con "Henry: Retrato de un asesino" (John McNaughton, 1986).

Últimos suspiros.
Para todos aquellos que esteis interesados en saber más sobre Palumbo y su obra, pinchad aquí para acceder a una información más detallada de sus films, disfrutar de una suculenta galería de imágenes e ir abriendo boca con un trailer promocional de lo más apetitoso.

Enfermos, que sois unos enfermos...

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