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"MURDER-SET-PIECES", Nick Palumbo (2004)

"MURDER-SET-PIECES", Nick Palumbo (2004)

El maratón inaugural del Festival de Sitges ’04 arrancó a lo grande con toda una primicia mundial, mediante la premiere de esta controvertida y violenta cinta de Nick Palumbo. Psicópatas nazis, strippers desmembradas y aspirantes a heroínas adolescentes en una de las propuestas más brutas y espectaculares acogidas hasta la fecha en el marco de las sesiones golfas de El Retiro. ¿”Cult movie” instantánea o “slasher” canallesco? Juzgad por vosotros mismos...

Con “Murder-Set-Pieces” (2004), el director y guionista reincide en la temática de su anterior trabajo, “Nutbag” (2000), ofreciéndonos una especie de “remake” embrutecido de su más bien discreta aportación el género psicopático. En esta ocasión, la historia gira alrededor de un fotógrafo de moda (especializado en retratar bustos siliconados y desnudos lésbicos) que siembra el terror en Las Vegas a lo largo del metraje, sirviéndonos un vicioso catálogo de perversiones sanguinolentas, truculentos golpes de efecto y salvajismo á la “body count” bastante mostrenco. El anónimo y brutal “peeping tom” de Palumbo se dedica a desguazar, trinchar y despanzurrar a cuanta prostituta y stripper se cruza a su paso, no sin antes darles un buen repaso de bajos y recrearse en su agonía con la ayuda de su fiel cámara Canon.

A tenor de lo expuesto en relación a la línea argumental del film, ya os podéis imaginar con lo que nos encontramos. Semejante muestrario de violencia gráfica, muertes explícitas, misoginia galopante, sexo chungo y humor enfermo no merecería mayor atención por mi parte de no ser por contar con un par de aspectos que la hicieron merecedora de la simpatía y el aplauso del público asistente.

La polémica del charcutero: mal rollo y violencia de género.
Durante la presentación previa a su proyección, el mismo Ángel Sala destacó el componente explícito de la cinta, advirtiendo a la platea de lo que se nos venía encima. De hecho, como pudimos constatar con nuestros propios ojos (y confirmar más tarde gracias a la mediación de un simpático chico de la prensa) la película contaba ya con una larga lista de detractores, enfrentándose a numerosos problemas legales con la censura que han impedido, hasta el momento, su estreno en las pantallas estadounidenses. Cuando tras un año y medio de tiras y aflojas con la MPAA, Palumbo y su equipo daban claqueta final al rodaje, todos los implicados se habían hecho ya a la idea de que se trataría de un filme polémico e incómodo para el público mayoritario. Pero nadie contaba con toparse ante semejante número de barreras e impedimentos...

Para empezar, la película fue vetada por Technicolor, Duart y DeLuxe en una medida de presión hasta entonces inédita en toda la historia de la industria. Ante la negativa de ofrecer sus servicios de post-producción, la productora se vio obligada a llevar la cinta al extranjero, donde finalmente pudo llevarse a cabo el proceso sin presiones ni censuras.

Palumbo, cuya ópera prima (la ya citada “Nutbag”) goza de un cierto reconocimiento como film de culto en Internet, se sintió absolutamente desbordado por los acontecimientos. A fin de cuentas, su concepción de la película no sobrepasaba la naturaleza de sentido homenaje “amplificado” (ya desde el propio título) de las tropelías de grandes maestros de la charcutería del horror barato norteamericano, como sus admirados Tobe Hooper y Stuart Gordon. De hecho, su declarada cinefilia le empujó a ofrecer agradecidos "cameos" en papeles episódicos a viejas glorias del trinchante (Tony Todd, inquietante corporización de "Candyman"), el desguace y la picadora (Ed Neal y Gunnar Hansen, emblemáticas figuras de "La Matanza de Texas"), además de contar con Cerina Vincent (estimulante presencia de uno de los "sleepers" del año pasado, "Cabin Fever") engordando la generosa lista de víctimas propiciatorias.

Debido a la grotesca y explícita puesta en escena de las voyeuristas tablas de gimnástica carnicería del protagonista, la película se beneficiará notablemente de esa agradecida publicidad indirecta que le reporta su condición de “film escándalo". A pesar de merecer por sus excesos la restrictiva calificación NC-17 (equivalente a la “X” con la que tradicionalmente se estigmatizaba a aquellos productos que enarbolaban la violencia y el sexo hasta alcanzar umbrales pornográficos), es de esperar que, precisamente por ello, “Murder-Set-Pieces” goce de una longeva y triunfal carrera comercial en el mercado subterráneo de las sesiones de medianoche y el DVD a raíz de su inminente estreno en Nochebuena en Nueva York y Los Ángeles.

Del asesinato en serie como arte cinemtográfico: últimas tendencias.
Lo verdaderamente sorprendente de una producción de estas características se encuentra en su estupendo acabado estético final, a todas luces superior a la media. Moviéndose con envidiable soltura dentro de los parámetros propios del terror “indie” contemporáneo más trotón (el éxito de otros títulos de línea gruesa como "Haute Tension" y "Saw" puede interpretarse como algo sintomático al respecto), Palumbo despliega una serie de encomiables recursos narrativos que, si bien se basan casi exclusivamente en los resortes más abiertamente “gore” y epatantes de la historia, no resultan por ello menos dignos de mención.

El estilizado glamour del “splatter” y el lado oscuro del “skyline” de la Ciudad del Pecado, contribuyen a crear una atmósfera malsana acorde con el relato. Los detalles macabros y la violencia extrema son filmados con un refinamiento cruel, llevándolo hasta los límites mismos de la paciencia y de la sensibilidad del espectador que solamente se resiente de una forzada amoralidad con la que se pretende justificar la galería de horrores que se sucede en la pantalla. El ejemplo perfecto de ello se encuentra en el esbozo de los traumáticos orígenes de la torturada psique del matarife en cuestión, mediante el empleo sistemático y desdramatizado de parcos (y prescindibles) “flash-backs” de su infancia. El contenido políticamente incorrecto de sus motivaciones homicidas hacia las mujeres parte del tópico de establecer la sempiterna dualidad psicopática de “putas y muñecas” en relación con el sexo femenino. Algo tan simplista, ramplón y despreciable como efectivo y asumible ante semejante tesitura.

El serial killer de la función (bautizado con el nombre genérico de “El Fotógrafo”) resulta terriblemente interesante. Aunque su caracterización caiga en tópicos y excesos “grand-guiñolescos”, justificaciones gratuitas, atavismos primarios y demás lugares comunes de este sub-género, resulta estimulante seguir la evolución de sus andanzas criminales, siempre al límite de la coherencia y la verosimilitud. El bruto de afinidades nazis y aspecto macarra interpretado por Sven Garrett, resulta repugnantemente atractivo a ojos del espectador, siendo no solo el eje central de la historia sino el vehículo sobre el que Palumbo sustenta el punto de vista de la narración. Asistiremos a sus prácticas caníbales, seremos cómplices de sus sádicos crímenes y testigos de repetidas violaciones y profanaciones vejatorias varias. Y al mismo tiempo seremos partícipes de su excitación ante la sangre y la muerte, descargando su ira a golpe de navaja de afeitar y banco de gym (turbadora imagen la del ario demente levantando pesas con el rostro transformado en una obscena máscara de carne ensangrentada).

El personaje
El abuso se revela como marca de estilo anabolizante y verdadero leit-motiv de la película. Su simbología, plagada de referencias al terrorismo (mediante una inevitable pero divertida irrupción visual del 11-S), el nazismo y demás representaciones del Mal encarnado en Hombre, parece alumbrar una especie de discurso que no llega a materializarse más allá de la anécdota y el chascarrillo. “El Fotógrafo” -lo mismo que Dahmer, Gein, Bundy, Hitler, la Condesa Bathory o Vlad, el Empalador- nos es mostrado como un producto de nuestra sociedad de cuyos actos, en cierto modo, todos somos responsables. Al margen de este tipo de absurdas coartadas pseudo-culturales, lo cierto es que Palumbo ha sabido desmarcarse del tradicional y pulcro ámbito de los thrillers psicopáticos al uso, volviendo la vista hacia la “explotation” más visceral y agresiva. Es decir, la que juega con las cartas marcadas de las violencia gratuita sin complejos, mostrando mayor afinidad con "Maniac" (William Lustig, 1980) que con "Henry: Retrato de un asesino" (John McNaughton, 1986).

Últimos suspiros.
Para todos aquellos que esteis interesados en saber más sobre Palumbo y su obra, pinchad aquí para acceder a una información más detallada de sus films, disfrutar de una suculenta galería de imágenes e ir abriendo boca con un trailer promocional de lo más apetitoso.

Enfermos, que sois unos enfermos...

MINI-MARATÓN BIZARRO EN SITGES '04

MINI-MARATÓN BIZARRO EN SITGES '04

Entre los huecos que quedaron libres a lo largo de la programación, la dirección del festival de Sitges tuvo a bien deleitarnos este año con un mínimo (pero igualmente suculento) muestrario de dos de los títulos más carismáticos de la filmografía psicotrónica universal. Gracias a la encomiable labor prospectiva iniciada hace unos cuantos años por el ínclito Pete Tombs con motivo de la publicación de su imprescindible volumen "Mondo Macabro" (editado en castellano por Círculo Latino), y prolongada por el homólogo sello británico especializado en DVD’s de corte exótico y alto contenido bizarre, asistimos con rictus de pábulo y ojos incrédulos al pase de dos grandes joyas del “trash” mostrenco: “Satánico Pandemonium” (aka “La Sexorcista”) y “Lady Terminator”, un pantagruélico festín de exotismo y morbo mutante que hizo mella en nuestras influenciables sensibilidades, llenándonos las basureras de indigesta sinvergüencería, surrealismo “explotation” y barbaridades sin cuento.

(Puedes comprobarlo con tus propios ojos acudiendo presto al flamante apartado de Mondo Bizarro

Una noche inolvidable la de aquella sesión en El Retiro, donde el público asistente se entregó a pecho descubierto a comentar a voz en grito cuanto despropósito argumental y ridiculez técnica desfilaba por la pantalla. Mención aparte para los chascarrillos ingeniosos y puñales envenenados con los que el amigo Óscar y su compinche Rob contribuyeron a amenizarnos la proyección a todos los presentes.

SONIC MOOK EXPERIMENT (Hub Recordings, 2001)

SONIC MOOK EXPERIMENT (Hub Recordings, 2001)

La primera recopilación de la serie reúne los diferentes EP´s que, bajo el nombre de “(I Hate) Sonic Mook Experiment”, habían ido recogiendo algunos de los temas más característicos e infalibles de su repertorio como DJ. Para la ocasión, McLusky selecciona lo más granado de sus sesiones, haciendo pasar una vez más por la aguja temas de artistas como Death In Vegas, Primal Scream, Stereolab, Add N To (X), A Guy Called Gerald, Letfield, Squarepusher, Suicide (no podían faltar), Christian Vogel o Asian Dub Foundation.

A pesar de la indudable calidad del compilado, lo verdaderamente interesante del álbum radica en el buen oído para descubrir nuevas promesas dentro del “underground”. En este primer volumen, rescata del anonimato a Toes, Klart, Meat Katie, King Biscuit Time, Hairy Butter, Creephax, Con Pro (co-producidos para al ocasión por el propio McLusky) o Earl Brutus, junto a formaciones que por aquel entonces ya comenzaban a despuntar en el panorama internacional como Clinic, Fat Truckers, Playgroup, Electrelane o A.R.E. Weapons.

Una agradecida colección de hits alternativos ("The Second Line” , “Plug Me In"), remixes resultones (relecturas de “Swastika Eyes", “Dirge” y “Neptune City", por cortesía de David Holmes, Jarvis Cocker y Two Lone Swordsmen respectivamente) y agradables sorpresas ("Teenage Daughter", “Bring Yourself” y demás sensaciones de temporada).

La solvencia de Sherwood, Vogel y A Guy Called Gerald se basta por si misma para superar la prueba del algodón, deparándonos mayores sorpresas a la hora de saborear las aportaciones de Squarepusher, Playgroup, todo un Richard D. Jamesa.k.a. Wagon Christ y la presentación en sociedad de Disastronaught.

Palabras mayores.

Todavía hace tan sólo un par de días que estamos de vuelta del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. Ha sido una semana entera -que se dice pronto- asistiendo a diario a nuevos estrenos, premieres internacionales, galas y maratones: lo que se dice una verdadera prueba de resistencia para los amantes del género.

A pesar de regresar a casa con la manos vacías (el premio Brigadoon al mejor cortometraje en vídeo fue a parar a un justo vencedor, Dani Moreno, por su bizarrísimo "Amazing Unmasked Vs. El Doctor Calavera") hemos vuelto pletóricos de ánimos y con las pupilas agrietadas de ver tanto cine. Precisamente empujado por el excesiva cantidad de títulos a competición, he decidido seleccionar los que -a mi modo de ver- resultan más destacables por su interés y calidad. A lo largo de las próximas semanas iré colgando sus pertinentes reseñas bajo el tema Sitges '04.

Breves apuntes sobre el Palmarés.
Finalmente (y como era de esperar) los principales galardones del Festival han ido a parar a "Oldboy", del coreano Park Chan-Wook, "Code 46" de Michael Winterbottom y "The Machinist", de Brad Anderson. Del mismo modo, Christian Bale y la española Mónica López (revelación en la película sorpresa del Festival, "El habitante incierto" del joven realizador catalán Guillem Morales) se han llevado también el gato al agua con sus respectivas distinciones a las mejor interpretación.

El jurado de esta 37 edición del certamen se ha caracterizado por elaborar un palmarés sin estridencias, de esos que contentan a todo el mundo. Desde el principio, "Oldboy" partía como clara favotita al premio de mejor película, tras haber obtenido el Gran Premio del Jurado en el último Festival Internacional de Cannes. En su segundo largometraje, el responsable de la potente "Sympathy for Mr. Vengeance" (2002) narra una escalofriante, sorprendente y violenta historia de venganza sobre la que convendrá detenerse con mayor detalle próximamente. Debido a su excelente factura, originalidad y dinamismo, la cinta también ha sido merecedora del Premio de la Crítica José Luis Guarner, concedido por la Asociación de Críticos y Escritores Cinematográficos de Cataluña, quienes también han tenido en consideración hacer una mención especial a la que es, sin duda, una de las grandes perdedoras del festival, "Birth", de Jonathan Glazer, "por el rigor y la elegancia con que trata un tema en los límites de lo moralmente correcto".

Por su parte, el siempre polémico Michael Winterbottom ("24 Hour Party People", "Nine Songs") vio premiada su penúltima propuesta, "Code 46", recibiendo los premios a la mejor banda sonora original (Joshua Hyams & Mark Revel / The Free Association), mejor guión (Frank Cotrell Boyce) así como el Premio Meliés de Plata a la mejor película fantástica europea entregado por el mismísimo Win Wenders. También se otorgó una mención especial al largometraje "Strings", dirigido por el danés Anders Ronnov-Klarlung, "por su esfuerzo imaginativo a la hora de recrear un cuento fantástico tradicional y por rescatar, en los tiempos de la infografía, la técnica de las marionetas, convirtiendo las cuerdas en un elemento intrínseco de la historia". Lástima que el resultado final no tenga mayor enjundia y se vea lastrado por el peso épico y pretencioso de una historia que se crée profunda y deviene en banalidad simplista.

"España va bien"
La tercera vencedora ha sido "The Maquinist", una produción española de la Fantastic Factory del grupo Filmax, firmada por el responsable de "Session 9" (2001) y que se ha llevado a casa el premio al mejor actor para su protagonista (un cadavérico y paranoide Christian Bale), el de mejor banda sonora (Roque Baños) y el de mejor fotografía (Xavi Giménez).

Pero la gran revelación para el cine nacional la protagonizó precisamente una modesta producción catalana, tan generosa en ideas como ajustada en medios. "El habitante incierto", ópera prima de Guillem Morales, obtuvo una calurosa acogida de crítica y público, además de merecer el premio de mejor actriz para Mónica López. Todo lo contrario que la fallida, discutida y hasta silbada "The Birthday", debut del también español Eugenio Mira, que hubo de conformarse con ver destacada la labor de su equipo de dirección artística (Javier Alvariño y Daniel Izar).

"Oriente es Oriente"
Completando este somero repaso del reparto de premios, cabe detenerse una vez más en la estupenda acogida del cine fantástico asiático en este festival. El jurado reconoció el talento para la pirotecnia visual de Johnnie To (mejor director por "Breaking news"), la brutalidad explícita y el escalofrío elegante de "Three... Extremes" (premio a los mejores efectos especiales de maquillaje) y la delirante lectura del violento espíritu samurai protagonista de "Izo" (mejores efectos especiales).

El glorioso último film de Shinya Tsukamoto, "Vital" (para el que esto suscribe, una de las mejores cintas presentes en el festival) se alzó con el premio "Noves Visions", compartiendo honores con las esperadísimas (y excesivas) "Steamboy" de Katshuiro Otomo (mejor película de animación), "Ghost In The Shell 2: Stand Alone Complex" de Mamoru Oshii (Premio "Orient Express / Casa Asia") y una mención especial del jurado para la maravillosa "The Taste of Tea", de Katshuito Ishii.

Así mismo, el jurado decidió otorgar un premio especial a la obra completa de Hayao Miyazaki, cuya enésima maravilla, ""Howl's Moving Castle", ha recibido además el Gran Premio del Público por votación popular. Ovación cerrada para una trayectoria intachable.

El año que viene, más y mejor."

EL DR. NATALIO VIAJA A SITGES!!!

EL DR. NATALIO VIAJA A SITGES!!!

Tras nuestro peregrinaje por varios festivales internacionales, el próximo jueves 2 de Diciembre, el equipo (casi) al completo de LA HEZ ENTERTAINMENT emprenderemos rumbo hacia el Festival internacional de Cine Fantástico de Sitges para asistir a la presentación oficial a concurso de nuestro cortometraje "La consulta del Dr. Natalio" en el marco de la sección paralela "Brigadoon", dedicada al video y el cine de culto.

Un menú fantástico
Y ya que estaremos por allí, intentaré dar buena cuenta de la suculenta y nutrida selección de films a concurso de esta edición. De entre tanto título interesante, os avanzo algunos de los que -a priori- se me antojan más prometedores...

- "Sky Captain and the World of Tomorrow" (Kerry Conran): una cinta de sci-fi de toques retro y encantadora estética pulp, protagonizada por Angelina Jolie y Jude Law y que cuenta con la participación (recreación digital mediante) del mismísimo... ¡Sir Lawrence Olivier!

- "Les Revenants" (Robin Campillo): una curiosa, irónica y original película independiente, precedida de críticas excelentes en el extranjero. Propone una ingeniosa "vuelta de tuerca" a la tan manida "temática zombie" al abordar las dificultades de adaptación social que tienen los muertos al ser resucitados.

Todavía (muchísimo) más interesantes son las tres propuestas arroceras que compiten por el premio Orient Express, que este año forma parte de la sección oficial.

- "Izo" (Takashi Miike): para el que esto suscribe -sin duda- el plato fuerte del Festival. El propio Ángel Sala tuvo a bien referirse a ella durante la rueda de prensa inaugural con un escueto "indescriptible".

- "Three Extremes" (Fruit Chan, Park Chan-Wook y Takashi Miike): una de episodios filmada en comandita por tres de los más prestigiosos cineastas orientales actuales.

- "Old Boy" (Park Chan-Wook): los críticos la apuntan como definitiva obra maestra asiática. Y a mi, sólo de imaginarme lo que me espera, ya me tiemblan las piernas...

ANIMA'T: Anim(e) & ac(c)ión.
Apunto en mi agenda lo último de Katsuhiro Otomo ("Steamboy"), Shinji Aramaki ("Aplessed") y Mamuro Oshii ("Ghost In The Shell 2" ), Bill Plimpton ("Hair High") y los cafres de Trey Parker y Matt Stone ("Team America").

ARREBATO Y SURREALISMO: Cine de autor fantástico.
Además de poder emocionarnos con sendos documentales obre la vida y milagros de Zulueta ("Iván Z") y Dalí ("Dimensión Dalí"), seguro que no dejaremos pasar la oportunidad de disfrutar en pantalla grande de dos clásicos incontestables del cine español: "Arrebato" y "Un Perro Andaluz".

A la vuelta prometo teneros informados.

ATOMIK CIRCUS, Thierry & Didier Poiraud (2003)

ATOMIK CIRCUS, Thierry & Didier Poiraud (2003)

Esta alucinante película francesa, rodada al alimón por los hermanos Poiraud, fue una de las tracas de la pasada edición de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián. A partir de una desconcertante premisa que combina elementos propios del western, el musical, la comedia surrealista y la ciencia ficción más bizarra, Thierry y Didier Poiraud dan el salto al largometraje tras labrarse una gran reputación en el campo de la publicidad y el videoclip. Una estimable y disfrutable propuesta en la que el virtuosismo visual y el avasallador despliegue de medios digitales se ponen al servicio de los despropósitos argumentales propios de la serie B y el comic caricaturesco.

El regreso de James Bataille.
El marco de la acción de esta frenética epopeya de tintes apocalípticos es Skotlett, un pequeño pueblucho perdido de la mano de Dios. Hasta allí llega arrastrando su mal fario un especialista caído en desgracia llamado James Bataille. Nuestro (anti)héroe perderá la cabeza por Concia, la hija del cacique local que sueña con convertirse en una rock-star. Su padre, Bosco, es el propietario de la fonda Sam Paradiso y el promotor del extravagante "Festival de la Tarta de Vaca", una especie de pintoresco concurso de talentos con el que pretende lanzar al estrellato la carrera de la muchacha. A pesar de no tragar al pretendiente de Concia, Bosco acepta a que este participe de la celebración, realizando una de sus espectaculares acrobacias motociclísticas. Desgraciadamente, la sempiterna mala suerte de James lo convierte en involuntario protagonista de una aparatosa explosión que da al traste con todo y proporciona a Bosco la excusa perfecta para deshacerse del pelanas que ronda a su hija.

Un año después del aciago acontecimiento, Bosco se las promete muy felices organizando los fastos de la nueva edición de su particular feria de variedades. Con James cumpliendo una condena de 133 años de cárcel (no hay como tener buenos contactos en las altas esferas) el pueblo parece haber recuperado la tranquilidad. Concia intenta olvidar la ausencia de su amado, volcándose por completo en su pasión por la música. Mientras su padre se supervisa la reconstrucción de su negocio (a modo de cabaret fronterizo), la joven sueña con ganar el concurso y firmar un jugoso contrato con Allan Chiasse, un extraño y libidinoso empresario recién llegado al lugar. Pero justamente cuando los vecinos de Skotlett se disponen a disfrutar del festival, una sanguinaria amenaza extraterrestre llega a tiempo de aguarles la fiesta en forma de medusas sanguinarias de más que aviesas intenciones...

Este es el demencial y prometedor punto de partida (¡la vertiginosa sucesión de acontecimientos se reduce a los veinte minutos iniciales!) de una descacharrante y divertidísima cinta de catástrofes, invasores alienígenas y retruécanos apabullantes y guiños referenciales a mansalva. Diversión y rock’n’roll para regocijo de los amantes de la serie B del Planeta Mutante.

El peculiar universo pop de los hermanos Poiraud.
Claros exponentes de la nueva y furiosa hornada de realizadores del fantastique francés actual, los Poiraud se permiten ciertas licencias a costa de tópicos localistas (iconografía belmondiana, fiestas populares al estilo Tati y slapstick chovinista de vena gamberra), diluyéndolos en una ambientación fronteriza, no sólo a nivel de géneros sino como declaración de principios.

El caótico desarrollo de esta explosión de acción plástica y desbarres artísticos, se apoya en una acumulación de influencias estéticas y afinidades electivas tan pertinentes como espléndidamente definidas. Podemos rastrear sin problemas la impronta del celuloide firmado por John Carpenter, Tim Burton, los Hermanos Cohen, Jeunet & Caró e incluso Jan Konuen y John Waters (inenarrable el episodio del perro cantarín con un quiste sebáceo en la pata). El conglomerado de imágenes resultante es poderosamente expresivo, fagocitado a golpe “cartoon” gracias al prodigioso uso de un montaje de ritmo endiablado y envuelto en un excelente diseño de producción.

El cúmulo de apuntes alucinados y retorcidos aciertos visuales otorga a la película un espíritu libre, lúdico y marciano, que presenta como único inconveniente una cierta tendencia a la dispersión e inconcrección. El desarrollo de la narración se precipita rápidamente hacia el territorio de la anécdota, a modo de vistosa colección de viñetas y gags trepidantes que recalan en un desenlace excesivamente extravagante para el disfrute del público masivo. Pero, claro, ahí radica precisamente el encanto mismo de la película, ¿verdad?

Los personajes y su mundo.
El germen de semejante desaguisado se encuentra en un proyecto inacabado de Didier que debería haber visto la luz en formato comic. De ahí que la película se inspire tanto (y tan bien) de los hallazgos visuales y narrativos de la BD francesa y la ciencia ficción pulp norteamericana de los años '50. A la hora de llevar su trapisóndica idea a la pantalla, los Poiraud se sirvieron del imaginario particular de los tebeos de Lucky Luke, las tiras de Franquin y de seriales televisivos de culto, como "Doctor Who" o "Los Invasores". El personaje de James presenta rasgos que resultarán familiares a los fans más avezados de las andanzas de Joe Dalton, Gastón, el Gafe y David Vincent. Si a ello le sumamos una caracterización que recuerda al personaje de Nicholas Cage en "Arizona Baby", se puede ir haciendo uno a la idea de lo que se va a encontrar.

Jason Flemyng (perfecto híbrido de Vincent Cassel y Rupert Everett, y a quien ya pudimos ver en acción en "Snatch", "Lock and Stock" y "La Liga de los Hombres Extraordinarios" y, más recientemente en "The Seed of Chucky") está sencillamente entrañable en el papel de James, perfectamente secundado por una Vanessa Paradis que aprovecha la más mínima ocasión para regalarnos la vista y el oído interpretando temas de rock enrabietado (cortesía de The Little Rabitts, una de las bandas más coloristas, festivas y ocurrentes al otro lado de los Pirineos). Los dos perfectamente arropados por un elenco de pintorescos secundarios en perpetuo estado de gracia, entre los que cabe destacar la labor de Benoît Poelvoorde(el excelente e irónico serial killer de la brillante cult-movie de los años '90, "C'est arrive pres de chez vous") y la siempre agradecida presencia del veterano Jean-Pierre Marielle (rostro habitual en la filmografía de "vacas sagradas" del cine galo de “qualité” como Sautet, Berri o Tavernier).

A la caza del tentáculo.
A pesar de tener fecha prevista para su estreno español en 2004, es más que probable que la cinta permanezca algún tiempo más a la deriva en el limbo de las distribuidoras. En cualquier caso, los que todavía no hayáis tenido ocasión de verla, de momento podéis ir curioseando aquí para acceder a información más detallada, descargar loss espectaculares teasers, el trailer y hasta el videoclip promocional de la película.

Por mi parte, tendréis que disculparme. Esta noche estoy ocupado. He de calzarme la escafandra espacial para salir al paso de esos malditos Shub-Nigurath antes de que sea demasiado tarde...

THIS IS...

THIS IS...

A principios de los años ’60, los británicos David St. Hubbins y Nigel Tufnel, iniciaron su fulgurante y exitosa andadura musical en la escena londinense dentro de los grupos The Creatures (Las Criaturas) y Lovely Lads (Adorables Mozos) respectivamente. Cuando finalmente sus caminos se cruzaron en 1964, formaron una banda llamada The Originals (Los Originales) con la que graban sus primeros y prometedores temas. Sin embargo, la mala fortuna les lleva a descubrir que ya existe una formación en el seno de aquel tumultuoso “swinging London” ostentando su mismo nombre. Decididos a ser más originales que "los originales", en un alarde de creatividad pasaron a llamarse The New Originals (Los Nuevos Originales), mientras que los Originals primigenios, hartos de equívocos y confusiones, se pasaron definitivamente a la Historia como The Regulars (Los Regulares). Tras desechar la inapropiada idea (por poco original) de recuperar su antiguo nombre, decidien rebautizarse como The Thames Men (Los chicos del Támesis) para, ya en 1967 y tras la incorporación del bajista Derek Smalls, decidirse definitivamente por el ya legendario Spinal Tap.

Genio y Figura
Continuamente perseguidos por el sino de la mala suerte, la banda consiguió reponerse con ejemplar estoicismo de las misteriosas y sucesivas muertes de sus primeros tres baterías (un extraño accidente de jardinería, un ahogamiento en el vómito de otra persona y una combustión espontánea). Una constancia que se verá compensada al cosechar una cierta repercusión dentro de las listas de éxitos del mundo del rock duro de la época del años setenta.

A pesar de haber gozado de un gran éxito de público durante la década siguiente, álbumes tan seminales (en el buen sentido de la palabra) como "Brainhammer" (1970) o "Intravenus De Milo" (1974) -en cuya portada puede verse a la Venus enganchada a un gotero por vía intravenosa a través de su muñón- nunca contarón con el beneplácito de la crítica.

«Esta portada de mal gusto es clara señal de la falta de creatividad musical que hay dentro. La tasa de crecimiento musical del grupo no puede ni trazarse. Están naufragando en un mar de sexualidad infantil y poesía barata.»
(Reseña crítica de “Intravenus In Milo"; Melody Maker, Diciembre de 1974)

«Esta recopilación pretenciosa y pesada de salmos de rock religioso basta para preguntarse en qué día creó el Señor a Spinal Tap y si no podría haber descansado ese día también.»
("Rock'N'Roll Creation"; Rock de Lux, Julio de 1986)

«Sandwich de mierda.»
("Shark Sandwich"; Kerrang, Marzo de 1988)

Sin embargo, hoy en día resulta indudable su condición de verdaderos referentes básicos y claros precedentes de la llamada New Wave Of British Heavy Metal, que supuso el resurgir del rock duro en el Reino Unido entre finales de los setenta y principios de los ochenta, con grupos como Iron Maiden, Judas Priest, o Motorhead como principales abanderados de un sonido que debe mucho a los grandes logros de los Spinal Tap.

Sus indumentarias presididas por el cuero, los mastodónticos escenarios, el onanismo guitarrero sin límites... En fin, que tenían todo lo necesario para convertirse en los abanderados del Nuevo Orden del Heavy-Rock a nivel mundial e interplanetario y, sin embargo (injusticias del destino) su nombre nunca ha figurado en el lugar que merece, inscrito en letras de oro al lado de los clásicos Led Zeppelin, Black Sabbath o Deep Purple.

Mentirosos compulsivos: nace el “mockumentary”.
Como tal vez ya sepa (o si no, se lo imagine) la mayor parte de vosotros, Spinal Tap nunca existió realmente.

O al menos no fue así hasta que Rob Reiner, Chistopher Guest, Michael McKean y a Harry Shearer se los sacaron de la manga en 1984, veinte años después de su supuesto origen, como pretexto para rodar "This is Spinal Tap", el debut como director de Reiner. El resultado es una descerebrada comedia con estructura de falso documental, que recorre los últimos coletazos de la banda tras diecisiete años de carrera y quince discos en su haber.

La película comienza con Marty Di Bergi (el propio Reiner), un tipo regordete con barba y gorra que hace documentales (en profética semejanza con mi denostado Michael Moore) presentándose a la cámara y anunciándonos las motivaciones que le han llevado a rodar su “rockumental” particular:

«En 1966, fui a Greenwich Village, en Nueva York, a un club nocturno de rock llamado El Plátano Eléctrico. No se molesten en buscarlo. Ya no existe. Pero esa noche escuché a un grupo que, para mí, cambió la definición del "rock 'n' roll. Recuerdo el impacto que me causó su exuberancia, su energía pura... y su puntualidad. Se trataba del ahora legendario grupo británico Spinal Tap.»

Get Back! - Mirando Hacia Atrás Con Ira.
Estamos a comienzos de 1982, en las vísperas de la presentación del último y polémico trabajo de los Tap. Polymer Records no está dispuesta a aceptar una portada tan sexista como la que propone el grupo y las cancelaciones de conciertos se suceden; se prolonga el retraso de la aparición del LP “Smell The Glove” y, por si fuera poco, aparece de repente en escena Jeanine, la novia de David, contribuyendo con su mera presencia a sembrar la discordia entre los líderes del grupo. Nada nuevo bajo el sol, claro... Estas cosas pasan hasta en las mejores familias... o si no, que se lo pregunten a los Black Crowes, la banda liderada por los hermanos Robinson, que se separaron principalmente por culpa de Kate Hudson, la esposa de Chris. Es cierto, una vez más la realidad supera la ficción. Claro que yo también le haría más caso a Kate Hudson que a un hermano... cuestión de preferencias (y de mi condición de “hijo único”, claro).

Este tipo de CRISIS (así, escrito bien gordo, en negrita y mayúsculas, ¡qué gran palabra!) suele llegar siempre en un momento de especial importancia y/o relevancia en la carrera de cualquier grupo. Los únicos que se salvan de ello son los inteligentes que deciden dejarlo a tiempo y forrarse con la “gira de despedida” de rigor, para volver años más tarde a cobrar los royalties de los recopilatorios. Excepto en estos casos (y en el de los desgraciados a los que se les interpone la muerte) todo grupo acaba, indefectiblemente, por tener sus horas bajas y extinguirse lentamente en un clima de oprobios, envidias, ostracismos y vergüenza ajena.

Y ese es precisamente el punto de partida elegido por Marty Di Bergi / Rob Reiner para iniciar su película.

It's Only Rock and Roll But I Like It
Llegados a este punto, las ventajas del formato del “falso documental” son más que obvias. Di Bergi-Reiner se las apaña para meterse en medio de las conversaciones más importantes entre los miembros del grupo, el manager y la discográfica, sin mediar ningún tipo de impedimento o medida restrictiva al respecto (algo totalmente impensable si se tratase de un documental real sobre un grupo real), desgranando así todos los entresijos de la banda, pero sin abusar de los consabidos tópicos de la Tríada Sagrada de Rock And Roll: “sexo, drogas y alcohol”.

En este aspecto concreto, podríamos tachar a la película ciertamente de mojigata. Y de hecho, lo es hasta un punto exagerado, pues no es ya que no se cebe en estos tres temas indispensables siempre que se habla de música (para bien y para mal, siempre han estado estrechamente relacionados de una forma más que natural), sino que elude por completo cualquier anécdota escabrosa. Al contrario de lo que ocurre en el caso de otras visiones más realista y coherente de este fenómeno dentro del panorama rockero (piensen, a bote pronto, en las magistrales e indispensables "Velvet Goldmine" de Todd Haynes, "24 Hour Party People" de Michael Winterbottom, "The Doors" de Oliver Stone o "Sid y Nancy" de Alex Cox), en la cinta de Reiner no asoma ni pezón, ni jeringuilla, ni raya ni botella en todo su metraje.

Rodando en el "Back-stage".
A pesar de ello las escenas incluidas en relación con la vida interna del grupo dotan a la película de una estructura más cinematográfica, en el sentido de que no parece tanto un reportaje documental al uso. Es decir, que aporta algo más que las clásicas entrevistas a los miembros de la banda y su entorno, aburridas (por largas y excesivas) actuaciones en directo, y en general, el tipo de cosas que suelen verse en un documental sobre cualquier banda de rock que se precie de serlo.

Toda "rock star" se caracteriza por sus megalomanías, filias compulsivas y demás delirios de grandeza. En este aspecto resulta especialmente recomendable e ilustrativa la divertida lectura de “¿Hay vida inteligente en el Rock & Roll?” de Julián Hernández (Temas de hoy / Colección Pandemonium).

Si Eddie Van Halen amenazaba con suspender sus conciertos si encontraba un solo “lacasito” marrón en el tarro de cinco kilos que engullía antes de cada show, los Spinal Tap tampoco se quedan atrás. Fijaos sino en la memorable perorata que se larga Nigel Tufnel, quejándose en el camerino porque el pan no es lo suficientemente grande como para que quepa una loncha de pavo sin tener que doblarlo. O cuando nos muestra con (absurda) satisfacción y orgullo que los potenciómetros del amplificador de su guitarra llega hasta el 11, en lugar de hasta 10 como cualquier amplificador normal... O mi preferida, y sin dudas la mejor de todas: la guitarra que se compró para no tocarla nunca (¡no le ha quitado ni el precio!). Insuperable.

Parental Advisory: Explicit Lyrics.
Como se desprende de letras como “mi nena me va como un esmoquin de carne / Me gusta hundirla con mi torpedo rosa”, estos tipos no se andaban con rodeos a la hora de poetizar sobre temas universales de gran calado emocional y humano. Aún me atrevería a decir más: desde un tono abiertamente paródico, consiguen retratar perfectamente la idiosincrasia de un género tan tuno y abiertamente machista como era el del “jevi ochentero” . Véanse el documental -esta vez, estremecedoramente real- de Penelope Spheeries “The Metal Years” / “ The Decline of Western Civilization Part II: The Metal Years” y juzguen por si mismos donde termina el vehículo cómico y empieza la esperpéntica realidad.

Todo el mérito de que la operación llegue finalmente a buen puerto, se la debemos a los cuatro creadores de los temas musicales, que no son otros que los guionistas del film y que, exceptuando a Reiner, encarnan además a los miembros del grupo: Michael McKean, Chistopher Guest (St. Hubbins y Tufnel respectivamente) y Harry Shearer (el bajista). Evidentemente, el grupo son sólo ellos tres, pues habida cuenta del problema que tienen con los baterías, a ninguno de ellos le da tiempo a consolidarse como un miembro definitivo de la formación, y sus teclistas permanecen en el anonimato, siendo intercambiados con facilidad.

Con motivo del estreno de la película, la banda sonora del filme se convirtió rápidamente en un gran éxito de ventas. El álbum contenía temas de Spinal Tap tanto de los '80 como de los '60, bastante dispares, y si no, atiéndase por ejemplo al inenarrable tema “(Listen To The) Flower People” atribuido a su época sesentera.

Gracias por la música.
Son incontables los fans de Spinal Tap a lo largo y ancho del globo. Sin duda, se trata de la banda ficticia con más seguidores de la historia, lo que les llevó a sacar un nuevo álbum real en 1992, "Break Like The Wind" (el primero, si descontamos la banda sonora de la película) en el que alimentaban un poco más el mito que crearan unos años antes, a la vez que calmaban el ansia de sus incondicionales seguidores y se llenaban un poco los bolsillos... Constatando, de paso, nuestra anterior teoría sobre la inteligencia y el r’n’r.

Por otra parte, a los más acérrimos seguidores de Los Simpson no les habrá pasado por alto el detalle de que el propio Harry Shearer es uno de los dobladores habituales de la serie. Incluso tal vez recuerden el antológico capítulo en el que Bart y Millhouse van al concierto que los Spinal Tap ofrecen en Springfield y que acaba como el rosario de la Aurora. Un final accidentado, por otra parte, muy en consonancia con la calidad de los shows que pueden apreciarse en la película.

Porque por encima de todo, lo que retrata Reiner, la historia que se han inventado entre los cuatro, no es otra cosa que la caída de un mito. Aquí se toma a risa, es cierto, pero, ¿cuántas veces no hemos presenciado cosas parecidas con auténticos monstruos del rock de antaño como protagonistas?. Y por una vez, prefiero no dar nombres... ¡las lisat sería infinita!

Aquí, vistos en la película, no dan tanta pena. Todo lo contrario: resulta de lo más divertido y entrañable ver a unos individuos que hasta hace no mucho llenaban estadios enteros con solo nombrar su nombre, ofreciendo "shows" decadentes, cayendo en el más soberano de los ridículos (¡¡¡impagable la secuencia de los enanos y el monolito en miniatura!!!) o tocando en bailes para militares ociosos y planteándose su futuro como vendedores de zapatos.

O eso, o irse de gira por Japón, último reducto de las viejas glorias... y con batería nuevo, si hace falta.

EL ESTOICO SENTIDO DEL HUMOR DE AKI KAURIMÄKI EN "LENINGRAD COWBOYS GO AMERICA" (1989)

<strong>EL ESTOICO SENTIDO DEL HUMOR DE AKI KAURIMÄKI EN &quot;LENINGRAD COWBOYS GO AMERICA&quot;</strong>  (1989)

Aprovecho la ocasión para hacer pública mi devoción por la obra del genial finés, responsable de algunos de los más grandes pedazos de gloria inmortalizados en celuloide de las dos últimas décadas. Tanto “Yo contraté a un asesino a sueldo” como “Nubes pasajeras” (dos de mis debilidades personales, excepcionales ambas) sirven para perfilar el cine sombrío, austero y humanista de Kaurismäki y, al mismo tiempo, percibir ese sentido del humor negro, elegante e inteligentísimo que a muchos se les suele pasar por alto a la hora de enfrentarse a su agridulce filmografía.

Del humor en tiempos de crisis.
Pongamos por caso una de sus cintas más abiertamente pesimistas, como es “La chica de la fábrica de cerillas”. En esta actualización socialista de la cruel fábula infantil, la protagonista (Kati Outinen) se pasea hasta la tienda en busca de un potente matarratas con el que plantea matar a su ex-novio. Al tiempo que la dependienta le suministra la letal mercancía, la joven pregunta “¿Qué efectos tiene?”, obteniendo un “Mata” como única y lacónica respuesta.

Como buen nórdico, el cine de Kaurismäki revela una sensibilidad fría y distante (en apariencia) que retrata de un modo seco y conciso el paisanaje de sus historias. Y aunque haga uso de puntuales interrupciones humorísticas (verdaderas tablas de salvación para el ánimo del espectador, entre tantas tribulaciones y calamidades como padecen los sufridos personajes de sus películas) lo cierto es que nunca pecan de amables ni desvirtúan el drama. Simplemente lo complementan, dibujándonos una esquiva sonrisa en el rostro y llevándonos hacia un final melancólico, triste o sencillamente desgarrador al borde de la carcajada existencialista.

Por si alguno se ha perdido ya a estas alturas, me permito tranquilizaros aduciendo que el cine de Kaurismäki (como diría aquel) "no es estrictamente severo". Es más, a mi me parece terriblemente vitalista, aunque su estilo (en ocasiones rayano con lo ascético) pueda hacer creer lo contrario. Sin necesidad de recurrir a las forzadas piruetas de histrionismo cómico balcánico de Kusturika, evita hacer en el estatismo contemplativo de Kiarostiami. No es de extrañar pues que, debido a la cacofonía similitud de sus nombres –y a pesar de tratarse de cineastas tan distintos- muchos todavía confundan sus películas...

Go West!
En vista de la sesuda paliza con la que os he obsequiado hasta el momento, ya va siendo hora de entremos en materia más estricta. Y si coinciden conmigo al afirmar que el humor es una cosa muy seria (cuando se hace bien), entonces sabrán apreciar en su magna medida la delirante y surrealista aventura de unos peculiares rockeros finlandeses a la caza del sueño americano.

Los Leningrad Cowboys merecen un puesto de honor de entre la caterva de alucinados grupos surgidos del underground en la Finlandia de principios de los ochenta. Tras colaborar anteriormente con Kaurismäki en un documental sobre la escena rockera local ("The Saimaa Gesture / Saimaa-ilmiö", rodado a cuatro manos con su hermano Mika) acceden a dar el salto a la gran pantalla en un largometraje maravilloso e inimitablemente sui generis, que supone su definitiva carta de presentación y el comienzo de una larga y fructuosa colaboración conjunta con el realizador de “La vida en Bohemia” y “El hombre sin pasado”.

Hasta el momento han trabajado juntos en dos películas, un concierto (el "Total Balalaika Show", celebrado el 12 de Junio de 1993 en Helsinki, ante más de 70.000 personas), amén de unos cuantos vídeos musicales,entre los que cabe destacar "Those Were The Days" (1991) y "These Boots" (1992), desternillante versión a costa del clásico de Hazlewood y Nancy Sinatra.

Tupés en crecimiento
Posiblemente nos encontremos ante una de las bandas de rock más estrafalarias y heterodoxas de la historia, capaz de mezclar en sus conciertos versiones de Led Zeppelin, los Beatles o Tom Jones con canciones tradicionales rusas y alguna que otra composición propia (como su célebre "Space Tractor"). Incluso llegaron a hacerse acompañar en directo por el coro del ejército ruso (calzarse unas cómodas katiuskas a la par que se escuchan "Happy Together" o "Yellow Submarine" cantadas por esas voces viriles es una experiencia a todas luces imprescindible) desmarcándose así de los problemas históricos entre ambos países (Finlandia y Rusia).

Además de derribar fronteras y hermanar pueblos a golpe de swing, r’n’b y rockabilly estepario, su carismática presencia ha sido objeto de culto para miles de jóvenes de la Europa del Este. Lo cual resulta de lo más comprensible, en vista de su personal iconografía estilística. A saber: indumentaria deliberadamente "kistch", gafas de sol, tupés envidiablemente sólidos y puntiagudos (el llamado "peinado unicornio"), zapatones a juego, y una irrefrenable pasión por el vodka, la cerveza, los tractores y –la duda ofende- el maldito rock and roll. El carisma que irradian procede de su actitud ante la vida, que es de una impasibilidad increíble. Nada parece afectarles, son parcos en palabras, y el rock se convierte en su prioridad aún en las peores circunstancias.

This Land Is Your Land
La acción arranca (como no podía ser menos) en la tundra siberiana. Los Leningrad Cowboys culminan una actuación (versionando en clave frenética el cántico popular popular "Oh, tierra") en una cobertizo, bajo la atenta mirada de una especie de empresario que inspira poca confianza. Una vez finalizado el bolo, el tipo se levanta y le espeta al mánager del grupo: "Son malísimos. Que se vayan a América, allí se tragan cualquier cosa".

Y así es como la numerosa pandilla decide volar a los Estados Unidos, en busca de un hueco en el que poder practicar su particular visión de la música y la vida (y de paso beneficiarse de los vicios y pecados comunes de la sociedad capitalista). En este viaje les acompañará un colega suyo fallecido (o casi) cuyo cuerpo congelado, aferrado aún a la guitarra, transportarán a todas partes dentro de un féretro previamente agujereado para que sobresalga el mástil. Para acabar de rematar el cuadro, se les une un joven groupie que desea formar parte el grupo. El eterno aspirante a Leningrad Cowboy deja clara su bisoñez el cráneo rapado al cero, a excepción de un minúsculo micro-tupé que pugna por arraigar en su testaruda frente.

Hit The Road, Jack!
Una vez en USA, tras un vuelo en el que intentan aprender un poco de inglés (pronuncian fatal, con esa gracia y saber estar que caracteriza a los entrañables rockers de extrarradio), el grupo consigue una audición en un local desconchado, mugriento y neoyorquino. Tras cumplir con sus obligaciones contarctuales, el dueño del local les dice, a las claras, que mejor que prueben suerte en California, pues quizá allí sí haya sitio para ellos. Dicho y hecho: la Gran Familia de la Gomina atraviesa el país en un glorioso remedo de “road movie” plagada de excepcionales retratos de esa América Profunda que tanto suelen gustarnos a los chovinistas europeos.

En el camino, se hacen con un enorme coche usado tras cerrar una delirante transacción con un curioso vendedor con los rasgos del simpar Jim Jarmusch (amiguete y admirador confeso de la troupe kaurismäkiana), poniendo rumbo a 100 por hora hacia la Costa Oeste.

Vanishing Point
Con esto el paciente lector se puede ira haciendo una idea del transcurso de la historia. Humor absurdo y referencias al “comic-book” y la cultura pop, servidos con gran armonía y gusto por el detalle a través de una serie de retazos que combinan lucidez y patetismo a partes iguales. La sucesión de gags al más puro estilo de alucinadas viñetas ("slice of life", lo llaman algunos), son causticos, lenguaraces e hilarantes, sin resentirse de molestos subrayados ni guiños a la galería.

Kaurismäki sabe sacar lo mejor en cada momento de su excepcional galería de personajes, de entre los que destaca el nefasto y caradura manager del grupo, Vladimir (interpretado por el malogrado Matti Pellonpää, uno de sus actores fetiche) sale a buscar comida para sus famélicos protegidos y regresa cargando con una malla de cebollas. Mientras los muchachos las devoran con desenfreno, el da buena cuenta a un sabroso bocadillo. Algo demasiado parecido, por cierto, a lo ocurrido años después en la también excelente “El viaje de Kikujiro”, donde un adusto Takeshi Kitano se pone morado a zampar a escondidas del crío...

Por si fuera poco, abundan las brillantes ideas visuales y el uso de esa tan cacareada “mirada limpia” (esto es, el poder expresivo de los silencios y las miradas) característica de su cine y que propician algunos de los momentos más antológicos de la película. Basta con reincidir en el personaje del mánager para encontara un nuevo ejemplo al respecto. Vladimir bebe despreocupadamente una lata de cerveza mientras conduce. Una vez acabada, la arroja a la parte de atrás del vehículo y abre otra lata. Al detener el coche y abrir la puerta, presenciamos una avalancha de latas vacías precipitándose desde el interior del coche y ocupando casi todo el habitáculo...

Resulta imposible resistirse a secuencias como la de la actuación en un bar de carretera, en el que la banda acomete con estruendoso entusiasmo una memorable versión del clásico "Born to Be Wild" de Steppenwolf ante un puñado de camioneros y motoristas borrachos. O la iniciativa de Vladimir para que sus chicos, un triste atajo de pálidos bielorrusos, luzcan un envidiable bronceado "como los Beach Boys" (¡desternillante el plano de los Cowboys tumbados al sol!).

Como corresponde a tan decadente patulea de liantes, finalmente acabarán dando con sus huesos en la frontera mexicana, amenizando una cutre boda frijolera mientras refrescan el gaznate con saludable mezcal pelón. Un perfecto broche de oro digno de un Peckinpah cualquiera.

At Last, But Not The Least...
Lo mejor de todo es que "Leningrad Cowboys go America" está tan pletórica de vida que termina por contagiarle a uno su peculiar filosofía. La misma que concede igual importancia a una actuación en un tugurio de mala muerte que a las multitudinarias citas de los grandes estadios. Y eso es posible precisamente gracias a la cámara de Kaurismäki, que recoge todo con esa rigurosa (y pertinente) falta de entusiasmo, sin alardear de sordideces y surrealismos más de lo justo, con naturalidad y esa envidiable carencia de pretensiones que la convierten en esa pequeña gran película de obligada y revisión urgente.

Sus protagonistas no se consideran a si mismos como unos perdedores porque, en realidad, nunca han intentado ganar... ni siquiera competir.

Se han limitado únicamente a ser como son, sin preocuparse por lo demás.

Y si bien el rock and roll y el vodka no dan la felicidad (algo que, por otra parte, ni siquiera les preocupa), desde luego sí sirven para alegrarle a uno un poco la vida.

Por cierto, las aventuras de estos entrañables antihéroes no terminan aquí. Existe una secuela titulada "Leningrad Cowboys Meet Moses" (1994), film que, lamentablemente, todavía no he tenido ocasión de ver, pero que, según parece, estaba lleno de guiños a La Biblia, que el público (como Kaurismäki se encargó de lamentar en sus declaraciones al respecto) no supo apreciar. Su sinopsis, eso sí, no tiene desperdicio: perdidos en México y sin un centavo, los Leningrad Cowboys intentan regresar a su Siberia natal, mientras un agente de la CIA, disfrazado de profeta Elías, les sigue los pasos de cerca en un intento por recuperar la nariz de la Estatua de la Libertad que ha robado Vladimir, el incompetente líder del grupo, que ahora se hace llamar Moisés y proclama que los conducirá a la tierra prometida.

No sé si después de leer todo esto, a alguno todavía os quedan arrestos suficientes como para encarar semejante odisea paródica. Pero, por lo que a mi respecta, ya estoy husmeando su rastro por el e-mule adelante.

So Long, Tovarisch!